jueves, 25 de agosto de 2011

Arte y Capitalismo - ¿Amigos o Enemigos?

El escritor rumano Norman Manea escribe para Project Syndicate su opinión sobre el siempre polémico tema de la relación entre arte y capitalismo. El aspecto fundamental de dicha relación es si el capitalismo es benéfico para el arte o si es una amenaza para el mismo. Algunos dirían que la verdad está en un punto medio. El sistema capitalista permite la existencia del arte hasta cierta medida, pero un poco de "contaminación" del mundo artístico es inevitable en sociedades donde los mercados abiertos y la competencia predominan.

El arte es parte del paquete cultural de cualquier civilización humana. Es una forma de expresión que se vale de prácticamente cualquier medio que se encuentre al alcance para comunicar un mensaje. Por esto mismo, se puede argumentar que el arte es un medio de comunicación más valioso que cualquier sistema de lenguaje en la historia de la humanidad. Asimismo, ya que el destino del arte está eternamente vinculado al destino de la humanidad, mientras exista la especie humana, existirá el arte en alguna u otra forma.

Pero ¿qué lugar ocupan el arte y la cultura en el mundo contemporáneo, en el mundo globalizado, en el mundo capitalista, de hoy? Manea nos dice:

La cultura es una pausa necesaria de la cotidiana carrera de locos, de nuestros entornos políticos caóticos y frecuentemente vulgares, y es una oportunidad para recuperar nuestra energía espiritual. Grandes libros, grandes obras musicales, y grandes pinturas no sólo son una extraordinaria escuela de belleza, verdad y bien, también son una manera de descubrir nuestra propia belleza, verdad y bien – este es el potencial para cambiar, para mejorarnos a nosotros mismos y mejorar, incluso, a algunos de nuestros interlocutores.

Hasta aquí todos de acuerdo. Pero Manea procede a mostrar preocupación por el destino del arte en el mundo actual:

Si este descanso y refugio se hace gradualmente más estrecho y es invadido por el mismo tipo de "productos" que dominan el mercado de masas, estamos condenados a ser prisioneros perpetuos del mismo raquítico universo de “practicidades”, que es una rústica aglomeración de clichés envasados en anuncios.

La mayoría de nosotros ya hemos escuchado estos argumentos. Nos preocupamos por la amenaza que representa para las auténticas obras de arte el hecho de que si algo no tiene valor de mercado, no será financiado. Los caprichos de los agentes económicos que participan en el mercado dictan que obras demasiado "complejas" o sustancialmente originales, las cuales por definición no serán apreciadas por un gran número de personas (por lo menos en primera instancia) no tienen cabida en un sistema capitalista.

Aquí es donde debemos preguntarnos ¿cómo han surgido a lo largo de la historia las grandes obras artísticas? Tratando de encontrar una respuesta sincera a esa pregunta nos daremos cuenta que el arte no está vinculado con el sistema socioeconómico de cierta época. Ni siquiera está vinculado al sistema político. Ni condiciones económicas, ni opresión política, ni marginalización social han logrado nunca erradicar el instinto creativo ni el impulso artístico. Los genuinamente grandes artistas de la historia no tomaron el camino artístico con el fin principal de obtener fama y fortuna. Lo hicieron porque no tenían opción. Cervantes, Van Gogh, Miguel Ángel, Borges, Shakespeare y tantos otros hicieron lo que hicieron porque es lo que más preferían hacer. Muchos de los grandes artistas vivieron y trabajaron en probreza, y su grandeza sólo fue reconocida hasta mucho tiempo después de que dejaron de existir.

La pobreza y la escasez económica no matan al arte. La opresión política y la censura no matan al arte. Por lo tanto, no es inconcebible concluir que el capitalismo y la globalización tampoco matarán al arte.

Pero ¿cuál es el efecto del capitalismo y de la globalización en el tamaño del público que disfruta de obras auténticamente artísticas? El capitalismo, con sus raíces en la libertad individual, por un lado es bueno para el arte, ya que le permite a cualquier persona con disposición artística a perseguir ese llamado. Por otro lado, el capitalismo le ofrece al público la opción de disfrutar de potencialmente más "oferta" de arte. La preocupación de Manea y muchos otros como él es que el público terminará por preferir lo entretenido sobre lo artístico, lo familiar sobre lo intelectualmente retador, lo comfortante sobre lo desafiante.

¿Es eso culpa del capitalismo? Hay que tener cuidado con las conclusiones. Ése fue precisamente el érror de los sistemas autoritarios producidos por los fallidos experimentos socialistas y comunistas del pasado. No se le puede decir a la gente qué ver y qué escuchar y qué leer. No de manera sostenible. Es cierto que en el mundo capitalista las maquinarias de la publicidad, del marketing, de las relaciones públicas y demás industrias relacionadas se apoderan cada vez más de la atención de la gente, sin que ésta demuestre mucha resistencia. Pero la solución no es obligar a la gente a actuar de cierta manera. 

La solución, en todo caso, reside en la educación. Hay que equipar a la gente con herramientas que les permita identificar cuándo están siendo manipulados, cuándo los están atestando de propaganda comercial. Asimismo, la educación artística tiene mérito propio, por las razones citadas por Manea, y por el hecho de que la creación y la apreciación artísticas son manifestaciones y ejercicios intelectuales que le ofrecen a la humanidad la oportunidad de ver y entender mejor tanto el mundo que le rodea como el que reside en cada uno de sus miembros.

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